miércoles, 9 de agosto de 2017

Félix García reseña A Man of Shadows, de Jeff Noon

Siempre es un placer contar con Félix García, uno de los mejores reseñadores de este país, en Sense of Wonder. Y aún más cuando viene a hablarnos de una de las novelas más esperadas del año: A Man of Shadows, de Jeff Noon. ¡Espero que os guste!


Man of Shadows: otra historia de dos ciudades.

Banda sonora de la reseña: Félix sugiere leer esta reseña escuchando The Drugs Don't Work, de The Verve (Spotify, YouTube)

Corrían los años 90 y Jeff Noon partía la pana. Con su primera novela, Vurt (1994), consiguió eso tan difícil que es captar la atención de los fans de la ciencia ficción (se alzó nada menos que con el premio Arthur C. Clarke) y de la literatura en general (llegó a España de la mano de la editorial Mondadori). Tanto Vurt como sus secuelas, precuelas y demás periféricos (Pollen -1995)-, Automated Alice -96-, Nymphomation -97-...) son libros que, de haber aparecido diez años después se habrían calificado sin ningún reparo como New Weird y, si lo hubiesen hecho veinte años antes, acabarían en la estantería de la New Wave. Por suerte o por desgracia, lo hicieron en la zona gris del fin de siglo, tuvieron que lidiar con la categorización mucho más efímera de post-cyberpunk y soportar comparaciones con Trainspotting (1996). 

Tanto Vurt como las otras eran novelas que hablaban de drogas, drogas potentísimas capaces de reescribir la realidad. Su prosa exuberante y algo confusa parecía escrita bajo los efectos de esas mismas sustancias y, en cierto sentido, ellas mismas eran drogas que alteraban la percepción del lector. Como todo el mundo sabe, tras el subidón llega la bajada, y en las algo más de dos décadas transcurridas desde entonces a quien más y a quien menos se le ha ido pasando el puestazo. Al menos ese parece ser el caso del propio Jeff Noon que, tras algo así como veinte años de relativo silencio, roto sólo por recopilaciones de poemas, proyectos colaborativos y otros placebos, vuelve a la primera línea con A Man of Shadows (Angry Robot) y lo hace de forma más mesurada y sensata. Algunos dirán que es una novela de madurez, otros que es conservadora en las formas. ¿Es esto algo bueno o malo? Antes de pronunciarnos, examinemos los hechos.

A Man of Shadows, subtitulada “A Nyquist Mistery” (¿por qué va a ser la primera de una serie? No sé, la vida es demasiado corta como para leer las hojas de prensa), nos presenta a John Nyquist, un detective privado aquejado de todas las dolencias asociadas a esa profesión en la literatura y en el cine. Taciturno y bastante alcohólico, Nyquist presenta además una crono-patología (más sobre esto después) que debilita gravemente su sentido de la realidad y, por qué no decirlo, sus dotes detectivescas. Por lo dicho hasta ahora, los sagaces lectores ya habrán deducido que se trata de una novela que discurre por los rieles relativamente seguros de la novela negra más clásica y, por lo tanto, estaría feo de nuestra parte revelar demasiado del misterio que encierra. Baste decir que Nyquist ha sido contratado por un hombre poderoso para localizar a su hija fugada y que su camino pronto se cruzará con el de un misterioso asesino en serie que trae en jaque a la policía. Nada demasiado original, pero la gracia de las novelas de Noon no solía residir en la originalidad de sus tramas precisamente.

Por otro lado, es evidente que si todo se redujera a eso no estaríamos hablando de aquí de A Man of Shadows (echadle un vistazo a la cabecera: esto sigue siendo Sense of Wonder). El caso es que lo que nos ofrece Jeff Noon viene a engrosar la siempre creciente lista de novelas policiales o de misterio enriquecidas por una premisa especulativa, una lista tan larga que no tendría sentido reproducir aquí (buscad “science fiction detectives” en Google, que así acabamos antes). Sí citaremos algunas de las más recientes y claramente emparentadas con ésta, como pueden ser imprescindible La Ciudad y la Ciudad (2009) de China Miéville o la interesante The Last Policeman (2012) de Ben H. Winters, aunque la tendencia del pobre Nyquist a perder el oremus y sumirse en estados de duermevela nos haga pensar más en el Osama (2011) de Lavie Tidhar. 

Las pesquisas de Nyquist tienen lugar en una ciudad, de la que, por cierto, no llegamos a saber el nombre, dividida en dos (pero no entrelazada como la de Miéville), Dayzone y Nocturna. Como sus propios nombres indican, en una es siempre de día y en la otra de noche, aunque las diferencias no acaban ahí. En Dayzone todo es movimiento, la radio escupe constantemente canciones alegres en claves mayores y se adora a los dioses solares de todas las religiones; Nocturna, por su parte, es un lugar de recogimiento en el que la gente habla en susurros y la banda sonora la ponen los viejos bluesmen del Mississippi. Ninguna de estas dos zonas es la parte poco recomendable de la ciudad, eso queda reservado para la misteriosa franja que las separa, Dusk, y los barrios adyacentes. Dusk es uno de esos sitios que, parafraseando a Stephen King, están rodeados de afirmaciones apócrifas, talismanes y leyendas, o lo que es lo mismo, un lugar misterioso eternamente cubierto de niebla que da pábulo a todo tipo de supersticiones y que sólo se puede cruzar en tren. 

Esta fabulosa segregación del día y la noche se logra, por cierto, por medios que nada tienen de fabulosos. El cielo de Dayzone está cubierto de bombillas siempre encendidas y el de Nocturna, sencillamente, tapado. O sea, que nada de magia, nada de fantasía (o, bueno, sí, un poco: en Dusk), nada de mecánicas celestes y nada de tecnologías avanzadas. De hecho, A Man of Shadows sucede en el tiempo arquetípico de las historias de detectives clásicas, que no tengo muy claro a qué década de nuestra Historia corresponde, pero desde luego a una en la que no se habían inventado ni internet ni los teléfonos móviles.

Los lectores muy, muy avanzados igual reconocen en esta premisa algo similar a lo que sucede en la novela de Michael Cisco Celebrant (2012), donde se nos presenta una ciudad en la que el tiempo es función del espacio (o sea, si se camina en una determinada dirección se avanza hacia el futuro; si en la otra, hacia el pasado), pero la cuestión de la temporalidad en A Man of Shadows es a la vez más simple y más compleja que eso. Los habitantes de la ciudad, una vez liberados de la alternancia natural entre el día y la noche, encuentran que ya no tienen ninguna razón para seguir dividiendo el tiempo en veinticuatro intervalos iguales y, consecuentemente, proliferan las escalas temporales heterogéneas. Las hay para el trabajo (aumentan la productividad) y para el ocio, para el amor, para las compras... en realidad cada edificio, cada negocio y casi cada persona vive según una escala temporal propia y autónoma. Las escalas temporales son el producto más importante de su economía, las hay homologadas y piratas, y hasta existen empresas e instituciones dedicadas a mantener la coordinación entre todas ellas. 

Lo único malo es que no todas las personas son lo suficientemente estables como para soportar está situación, existen individuos que experimentan la compulsión irresistible de ir cambiando su propia escala temporal a medida que visitan diferentes lugares, lo que puede conducir a graves trastornos del sueño y de la personalidad, como es obvio, e incluso a dolencias más graves. Ni que decir tiene que John Nyquist es uno de esos individuos.

De la misma manera que la trama de A Man of Shadows reproduce con fidelidad los arquetipos del género negro, la escritura apenas se aparta de la prosa funcional que tendemos a asociar con este tipo de novelas. Esto no es de por sí criticable, es más, gracias a ello la narración administra correctamente la intriga y la exposición, es sólo que el estilo no es aquel al que nos tenía acostumbrados. Es cierto que hay momentos brillantes (el que tuvo retuvo), como la sobredosis sensorial de las descripciones del mercado que abren la novela o las ocasionales visitas a Dusk, pero en muchos de estos casos, como en las contadas experiencias de Nyquist con la droga de moda en Dayzone, el kia, parece que lo único que pervive de su típica confusión visionaria de los noventa es, precisamente, la confusión.

Está claro que el kia no es vurt, de la misma forma que A Man of Shadows no es Vurt. Donde antes teníamos el trabajo de un artista psicodélico, ahora tenemos el de un dedicado artesano. No me cabe duda de que muchos lo preferirán así, pero los fans del Noon de los 90, entre los que me cuento, haríamos bien en ir buscándonos otro camello.

1 comentario:

  1. Lo primero de todo, menuda reseña y menudo estilo, un lujo este oomppa-loompa la verdad. De Jeff Noon solo he leído los relatos que ha publicado Marcheto y aunque me han gustado, sobre todo por que propone habitualmente algo diferente como ese No res, por ejemplo. Me gusta la mezcla de géneros, sobre todo si combina con thriller un componente especulativo como hizo Lauren Beukes en Monstruos rotos. Le da un aire diferente a esas estructuras del género que conocemos. Pinta interesante :)

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